Destinados

Eroe Cuello

 

 

Capítulo 1

Alisaba su falda con esmero y nerviosismo. Esa era la tercera entrevista a la que asistía en esa semana y como solía ocurrir, le habían dicho que la llamarían, pero Cailyn sabía que no era cierto, en sus rostros veía reflejado lo que estaban pensando en ese momento, demasiado joven, excesivamente alegre o ruidosa.

Lamentablemente le resultaba muy difícil esconder su carácter, siempre había sido un remolino descontrolado, como solía decir su madre. Ya llevaba casi dos meses en ese pueblo y tan solo había conseguido un triste puesto de camarera, en el que solo estuvo dos días, después de haber derramado una bebida sobre un cliente y otro de entrega de paquetería, pero terminó estrellándose en la bicicleta contra un coche. Los ahorros con los que contaba cada día se hacían más pequeño y sus esperanzas de ahorrar el dinero para poder continuar sus estudios, cada vez estaban más lejanos.

Junto a ella había dos chicas más, las cuales estaban esperando para la entrevista, al entrar a esa enorme casa, le fue imposible reprimir su sorpresa. Desde los suelos relucientes, hasta los adornos exóticos que estaban por todo el lugar. Ella se encontraba en una pequeña sala, pero no perdió oportunidad para echar un vistazo al salón, que parecía  disponer de unos muebles muy elegantes y modernos.

Tomó uno de sus rizos cobrizos y se los envolvió en el dedo índice un tanto distraída. Bajó su mirada hasta su ropa y resopló. En un último intento por conseguir ese empleo, incluso había optado por vestir de una manera diferente. La falda negra le llegaba hasta las rodillas y empezaba a sentirse comprimida dentro de ella, aunque al ver a las demás chicas, supo que había tomado la decisión correcta. Aunque esa camisa abotonada hasta el cuello puede que hubiera sido una exageración, con disimulo se abrió los dos primero botones y al menos logró respirar con normalidad.

A decir verdad, no es que ella contara con cierta experiencia como niñera, era algo que acostumbraba a hacer cuando sus padres estaba vivos y ella era una adolescente que solo pensaba en divertirse, así que cuidaba a los niños de su vecinos algunas noches para contar con dinero suficiente para salir. En un instante sus pensamientos regresaron a ese pasado, en el que solo tenía que preocuparse por sacar buenas notas y sus padres la colmaban de amor. Sonrió sin ganas, tragando saliva para deshacerse el nudo de su garganta. Al final terminó por concentrarse en el presente, ese en que estaba a punto de vivir debajo de un puente como una indigente, si no encontraba pronto un trabajo.

La puerta se abrió y Cailyn escuchó que la señora de dentro la llamaba, sus nervios se dispararon de repente. Tenía que aparentar ser la persona más centrada, tranquila del mundo, controlar su mala costumbre de hablar sin parar y solo hacerlo si la ocasión lo ameritaba.

―Buenos días, puede tomar asiento ―dijo la mujer detrás del mostrador.

Tendría algunos cincuenta años, de cuerpo delgado y un tanto huesudo. Escudriñó a Cailyn a través de las gafas. Ella se sentó e intentó poner las piernas de una manera algo elegante o todo lo que esa falda le permitiera cruzarlas.

―Buenos días ―forzó a sus labios a esbozar una sonrisa, aunque fue casi imposible por lo nerviosa que estaba.

―¿Tiene usted alguna experiencia como niñera?

―Antes acostumbraba a cuidar a los hijos de mis vecinos ―soltó ella de repente, arrepintiéndose al instante de lo que acaba de decir. Pero tampoco la idea era mentir, ya era suficiente que tuviera que convertirse en alguien que no era, con ese estúpido disfraz que llevaba puesto.

―De acuerdo ―contestó la mujer y anotó algo en un folio―. Y como fisioterapeuta, ¿Tiene alguna experiencia? Necesitamos a una persona que pueda ocuparse de los cuidados de las terapias de la pequeña Isabella― por fin Cailyn vislumbró un rayo de luz en su oscuro camino, tan solo había cursado un año de su estudios, pero era perfectamente capaz de aplicar los ejercicios necesarios a la niña, si a eso era a lo que se refería la señora.

―Por supuesto, tengo un año de fisioterapia. No tendré ningún problema en cuidar de la niña.

―Menos mal, alguien como usted es lo que el señor Dawson está buscando. Pero aún tengo que entrevistar a las dos chicas que están fuera, cabe la posibilidad que estén más cualificada, sino es así, hoy mismo me estaría poniendo en contacto con usted ―se puso de pie y extendió la mano.

―Vale, muchas gracias.

La casera nunca le mencionó que la niña estuviera enferma, aunque al final había resultado bastante conveniente. A pesar de que tenía muchas posibilidades de obtener ese empleo, con la suerte que se gastaba últimamente, no se hacía ilusiones. Se había detenido a comprar el periódico para ver las ofertas de trabajo de aquel día y subrayar las que le interesaran

Miró su reloj de pulsera, ya eran las dos, había perdido casi toda la mañana esperando para la entrevista. Sus tripas ya rugían como un león por el hambre. En los últimos días había comido en casa de la señora Drew, pero ya empezaba a sentirse como una gorrona o peor aún, una sin techo. Decidió detenerse en una cafetería, sacó el monedero y empezó a contar las pocas monedas con las que contaba, el otro dinero que tenía era para pagar el alquiler, por mucho que la señora la invitara comer de vez en cuando, dudaba de que la dejara vivir en su piso de gratis.

Mientras andaba hacia allí, contaba las monedas, pero una se le resbaló de las manos y se vio en la penosa situación de correr detrás de ella, como si se tratara de una moneda de oro del siglo XIX, la vio meterse debajo de un coche y chasqueó la lengua. Al agacharse para mirar, escuchó algo rasgarse y se detuvo enseguida, la falda estaba abierta en el lado derecho. Resopló con resignación y se concentró en encontrar la estúpida moneda, de la que prácticamente dependía que comiera ese día. Ya se ocuparía más tarde de la falda.

Para poder inclinarse debajo del coche, se sujetó al retrovisor de este, mientras que con la otra intentaba alcanzar el dinero, pero se desprendió y terminó en su mano. Pensó que su día no podía ir a peor, se levantó del suelo e intentó poner el espejo en su lugar, pero no había manera de que encajara, estaba totalmente roto, un ligero sudor cubría su frente, ante el problema por el que estaba pasando y el calor que hacía esa tarde. Los rizos perfectamente hechos en la mañana, ahora habían desaparecidos y en su cabeza solo había cabida para el encrespamiento.

―¿Estas intentado robarme? ―escuchó que preguntaba una voz masculina a su espalda. Se puso rígida y el corazón se le detuvo durante unos segundos.

No se sorprendió al escuchar esa pregunta, estaba junto a un coche, con el retrovisor en la mano y en ese momento seguro parecía una mendiga y es en lo que se convertiría si no conseguía pronto un empleo. Pero aun así, aquella insinuación la ofendió mucho, totalmente encolerizada se dio la vuelta para enfrentarse al hombre que tenía detrás.

―Yo no soy ninguna ladrona ―gritó con una mano en la cintura, mientras que con la otra sostenía el retrovisor. El hombre primero la miró a ella y luego sus ojos fueron hacia la parte de su coche que esa mujer tenía. 

―¿Y por qué llevas el retrovisor de mi coche en tu mano? ―preguntó él, esperando una explicación.

Cailyn permaneció unos segundos en silencio, mientras observaba al hombre que tenía delante. Iba vestido de traje y su rostro parecía muy serio, su pelo era de un rubio dorado o eso parecía bajó aquel resplandeciente sol y los ojos grises centelleaban, supuso que por el enfado.

―Ha sido un accidente ―contestó encarándolo otra vez.

        

―Por supuesto, accidentalmente has pasado muy cerca de mi coche y has roto el retrovisor, sí, me parece muy convincente.  Me parece la excusa típica de una ladrona. ―comentó con total sarcasmo.

―No soy ninguna ladrona, imbécil. Se me ha caído una moneda debajo y al intentar buscarla se ha roto. Mueve tu maldito coche para poder buscarla ―gritó ella perdiendo por completo la paciencia. Él se quedó viéndola durante unos segundos, nunca en su vida ninguna mujer le había llamado imbécil y mucho menos en la vía pública. Lo mejor sería que se fuera y no se pusiera al nivel de esa desquiciada, lo más seguro es que no la volviera a ver en su vida.

  ―Será lo mejor y dame mi retrovisor ―se lo arrebató de la mano para dirigirse al coche, haciendo que ella se tambaleara un poco.

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